miércoles, 10 de octubre de 2012

LA INTIMIDAD


Retazos de intimidad que se tejen como una alfombra, que llenan el espacio vacío de múltiples orgasmos. La intimidad de tu olor y del misterio que implica el bolso de una mujer. Que te cueles en mi intimidad es como si abrieras el cajón de mis calcetines… algo íntimo, muy íntimo. Y recuerdo besos detrás de la oreja y lunares disimulados bajo el pliegue de una piel. Ahí asoman unas caricias, tu piel, mi piel y sin embargo un nuevo universo de sensaciones. Lo mismo pero distinto, que dirían.
Se tejen secretos y confidencias, escurren lágrimas y rebosan los recuerdos. La intimidad de compartir los compartimentos de nuestro tren de vida. Ensambles de historias como tener los mismos padres o compartir a los mismos hijos, el colmo de la intimidad. Las líneas paralelas en el horizonte que implica avergonzarnos por lo mismo o simplemente compartir una hoguera. Y si contigo toqué el cielo aunque fuera sólo un instante nuestra intimidad ya no tiene fronteras. Pero la cúspide, la cima, es saberse y saber que a pesar de todo, de tanto, de lo que sea, nunca me perderás. La intimidad de los lazos de seda.

martes, 2 de octubre de 2012

OTOÑO NIHILISTA


El mundo se resquebraja y parece que éste es el signo de nuestro siglo. Las crisis nos inundan desde distintos frentes y todo, todo ¿para qué?.

Antes existían religiones, y antes de eso creencias, animismos y numerosos dioses que se encargaban de llevarnos al cielo y en el camino jodernos la vida. Por último se impuso el dinero como dios que nos permitía acceder a ciertos paraísos desteñidos que se tomaron por buenos, y ahora el dinero no vale nada y pasado mañana valdrá menos, y todo, todo ¿para qué?.

Pensamos durante incontables jornadas que vivir por vivir lo era todo, y hacer y que me hagan lo bueno, lo malo, lo mejor y lo menos bueno. Hoy cargamos un fardo de despropósitos y nos damos cuenta que hicimos, soñamos, reímos y lloramos, y seguimos cargados de fardos llenos de despropósitos, y todo, todo ¿para qué?.

Amamos, sufrimos, nos entregamos, nos fundimos, pasamos página y tenemos lo mismo que teníamos antes: a nosotros y nuestra soledad, a nuestros corazones, a nuestros recuerdos, a los amigos de siempre, a nuestra familia, sí. Pero, y todo, todo ¿para qué?.

Los para qué de antes se reescriben y reinventan, y este otoño resulta que tiene más sentido soltar que aprehender, ahora hace más falta renunciar que adquirir, deshacerse que hacerse.

A los veinte es el ¿para qué sirvo? que nos lleva a estudiar, trabajar, vivir y hacernos con los recursos que no nos proporcionó el colegio mediocre, la pobre cultura y nuestros amorosos pero limitados padres. A los cuarenta tacos revisas tus fardos y dices: ¡va!, y todo esto que llevo hoy a cuestas y he labrado ¿para qué?.

El para ser una mejor persona, es simplemente un chiste cruel.
Para amar más y mejor, una dolorosa epifanía.
Para tener salud, una carcajada.
Para ser feliz, simplemente una mentada de madre.

Porque la vida desde la terraza de la mediana edad está llena de maldades de las que nos sentimos orgullosos porque nos definen; de desamores porque ahora comprendemos que el amor era demasiado grande, demasiado ambicioso, para llegar a hacerlo bien; la salud no depende de uno y la edad con sus escalones de experiencias nos altera como mínimo nuestro estar; y la felicidad no es otra cosa que algo tan simple como despertarse cada mañana con ganas de vivir.

Este otoño al menos a mí, se me están cayendo todas las hojas. Tal vez el invierno sea más frío que otros años, pues ya me veo desnuda y sola afrontando los vientos que se terminarán de llevar todas mis creencias y mis postigos. Sin embargo no temo como hacía antes, la vida se ha llevado hasta el miedo. Si es que no está dejando nada este dragón que viene a quitarnos aquello que no es nuestro.

Tanto, tanto ha quitado el dragón que ya no tengo nada, hoy no tengo ni siquiera un para qué, pero es curioso, el corazón sigue latiendo igual, la sonrisa franca y espontánea surge por las mismas tonterías, en las noches sueño cosas igual de imposibles que siempre, y cuando despierto mis amores me rodean, igual de imperfectos igual de cotidianos, y tengo… ganas.

¿Se valdrán las ganas sin para qué? Parece que sí, parece que se puede vivir sin sentido pero no sin ganas.